ESPECTÁCULOS
DE CALLE: UNA CRISIS DENTRO DE LA CRISIS.
El
mundo de la cultura está afectado por una doble crisis. La primera
tiene que ver con
los
efectos de una profunda transformación del sector condicionada por
lo cambios
digitales,
el impacto tecnológico y la transformación de los imaginarios
individuales y
colectivos
que definen los gustos y las tendencias de consumo. La segunda tiene
que
ver
con la actual crisis económica y con la reducción de los
presupuestos públicos que se
destinan
a la cultura que afectan de manera especial al mercado del
espectáculo que en
su
conjunto es público.
Todo
el sector teatral en general vive una curiosa paradoja económica
especialmente
cruel
en tiempo de crisis. Todo parece indicar que un sector económico
debería
depender
de su capacidad para consolidar mercados o en cualquier caso parea
navegar
dentro
de ellos en función de sus circunstancias. En tiempo de crisis la
cultura se
manifiesta
altamente inelástica, es decir las variaciones de demanda no
dependen
proporcionalmente
de las variaciones de precio o de renta. En función de esta regla un
producto
cultural se ve poco afectado por las variaciones en su precio de
mercado o por
súbitos
cambios en la renta personal disponible.
El
teatro, en este sentido, se ha visto poco afectado por la actual
crisis, hasta el punto
que
los ratios de asistencia lejos de disminuir se han incrementado. Todo
tiene un límite,
ciertamente,
pero deberíamos vivir una crisis que afectara de manera determinante
a las
clases
medias y altas para que la cultura y dentro de ella el teatro se
viera afectada.
Sin
embargo, la existencia de un potente sector publico altamente
intervencionista en los
circuitos
escénicos españoles del que depende la mayoría de los circuitos y
programaciones municipales altera esta regla en la medida que su
comportamiento está en función de los presupuestos públicos.
La
bajada de estos presupuestos ha significado una reducción de las
actividades
escénicas
españolas independientemente de que el ciudadano estuviera o no
dispuesto
a
pagar de su bolsillo una entrada. Dicho de manera sencilla lo que
debería ser en
cualquier
caso una crisis de producción, derivada de la falta de financiación
o de la
asunción
de un riesgo empresarial, menos a la hora de producir, se hay
convertido en un
crisis
de demanda, aún no existiendo ningún síntoma objetivo de que esta
misma
demanda
tienda a decrecer.
El
teatro de calle no tiene un mercado autónomo y sostenible, sino que
depende
básicamente
de los presupuestos públicos y por ello está afectado directamente
por esta
bajada
de la financiación de la cultura.
Hay
pocas soluciones a este problema endémico, que se manifiesta cada
vez que existe
un
problema presupuestario. La cultura lo sufre, aun siendo
objetivamente uno de los
sectores
productivos con mayor importancia estratégica y con un futuro más
plausible.
Dentro
de la misma los sectores que dependen únicamente de la iniciativa
pública tienen
un
doble problema: el de su sostenibilidad y el que comporta la propia
gestión de la crisis
De
modo que el teatro de calle tampoco escapa a esta realidad. Desde el
punto de vista
artístico
la presencia tecnológica ha transformado las puestas en escena y los
sistemas
de
producción del sector, hasta el punto que es notoria una progresiva
conversión de los
espectáculos
de calle en eventos estéticos más pendientes del engranaje formal
que de
una
conceptualización argumental. Desde el punto de vista de su
ubicación en el
mercado
la dependencia de las contrataciones públicas ha aumentado en buena
parte
debido
a los costes crecientes de cada montaje.
La
cuestión es debatir si ambos parámetros son una respuesta
definitiva a los problemas
de
este sector o si es necesario encontrar salidas que permitan renovar
el talento
creativo,
buscar soluciones sostenibles a sus dinámicas de producción y
establecer
criterios
de calidad que permitan la normalización de un mercado escasamente
competitivo.
Como
ya he puntualizado anteriormente, entre el juego renovador del
folklore y la
tradición
y la postal onírica, el teatro de calle se mueve a menudo en un
terreno
resbaladizo.
Probablemente debe buscar salidas cercanas al imaginario audiovisual
o al
mundo
de los eventos singulares para encontrar soluciones artísticas que
le permitan
redefinir
su estatus dentro del mundo creativo.
Entre
el bolo pagado y el riesgo empresarial el teatro de calle debería
encontrar caminos
intermedios
que le permitieran evaluar su potencial artístico con propuestas
comercializables.
Mientras
que en otros países el teatro de calle, igual que el circo, han
actuado como un
vehículo
de cohesión con las artes escénicas clásicas: teatro, danza,
música, en España
el
sector se ha convertido en un refugio del arte-povero, reducido a
veces en simulacros
de
pasa calles a mayor gloria de un vestuario vistoso y algún artilugio
espectacular sin
apenas
contenido recordable.
Una
crisis dentro de la crisis. Conviene separar ambas realidades para
encontrar las
soluciones
adecuadas.
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